Cosas que hago y cosas que no hago
Esta semana hice algo más que escribir: fui a Córdoba, invitada por el Ayuntamiento, a participar en la iniciativa "Creadores a sueldo". Durante un día, artistas de diferentes modalidades - narrativa, poesía, fotografía, cómic - ponen su trabajo a disposición de los ciudadanos. Me paso casi cuatro horas delante de El Corte Inglés, y en ese tiempo escribo por encargo un cuento corto, un texto para musicalizar, media docena de cartas de amor, un montón de consejos... atendí a veintitantas personas. Me acuerdo de todas, porque todas me contaron su historia. Y entre todas, me quedo con dos: la de un muchacho que me pidió una declaración de admiración para su novia enferma, y lade una madre que quería escribirle a su hija una carta en la que le contara lo mucho que la quiere y por qué se enfada con ella. Al terminar, cuando lee lo que he escrito para ella, la señora se echa a llorar: "Esto es exactamente lo que yo quería decirle a mi hija, pero no sabía como explicarlo". Ese es, exactamente, el trabajo del escritor: poner palabras a lo que otros sienten.
Otra cosa que hago: comprar. Me encanta ir de tiendas. Hubo un tiempo, no tan lejano y más largo del que recuerdo, en que contaba con poquísimo dinero. Entonces tenía que meditar cada compra, estudiar la conveniencia y la oportunidad de cada adquisición. Por supuesto, jmás compraba por impulso. Pensaba y repensaba la mejor formade invertir midinero, y cada cosa superfluo - fuese una prendade vestir o una cajade bombones - quedaba completamente descartada del capítulo de gastos. Ahora que las cosas han cambiado un poco, me he vuelto generosa conmigo misma, y compro sin pudor ni mala conciencia las cosas que me gustan. Esta mañana pasé por la tienda Divisa, en la calle Hortaleza, atraída por le canto de sirenas de un vestido expuesto en el escaparate. Me probé ese y otro. Eran baratos, preciosos, me favorecían. Dudaba entre uno y otro y paseaba delante del espejo pidiendo una solución al dilema, que llegó, como no, de mano de Marcial:
- Los dos te quedan muy bien.Elige uno. Yo te regalo el otro.
Y salí de la tienda, feliz, con el precioso botín por partida doble y toda la tarde de sábado para disfrutar.
Y ahora, las cosas que no hago: no voy a ir a la dichosa huelga. Tengo muchas razones, por supuesto. La primera es que no me parece que esté el país como para que todos nos rasquemos las narices durante 24 horas. La segunda, y más importante, es que no me da la gana de bailar al son que me tocan los líderes sindicales de segunda fila, ese pequeño ejército macarrónico que sigue paseando postulados de hace cincuenta años. O un siglo entero, para ser más exactos.
Las huelgas, por lo general, se hacen contra un gobierno. Aquí, a pesar de las estudiadas bravatas de Toxo y Méndez amenazando a Zapatero, la huelga se ha montado contra la oposición. Bueno, y contra los empresarios, esos explotadores. Tendré yo mala suerte, pero conozco a tantos empresarios sinvergüenzas como sindicalistas de la misma ralea. Unos exprimen a sus trabajadores, y otros me exprimen a mí, que pago con mis impuestos sus horas de ocio y disfrute. Por favor, que no venga nadie a contarme lo mucho que trabajan los liberados, porque conozco a demasiados representantes del gremio y he sido testigo de cómo y en qué invertían sus horas sindicales.
Por si todo esto fuera poco, está lo de los vídeos promocionales. Qué cosa. Qué horror. Qué paletada, qué mal gusto, que ejercicio de cutrez, que apología de lo ordinario. Menudo ejercicio de estilo, menuda mierda. Si esta basura es la que paren los sindicatos cuando se dedican a pensar, a nadie debería extrañarle que la casa siga sin barrer.
Lo dicho, que el miércoles voy a currar como nunca. Me pondré reuniones, me impondré trabajos, mínimos de páginas por escribir, de búsquedas de datos por rematar. A mí no me hacen la agenda el Méndez y su amigote, el del traje color clarito para la cena del capitán. Lo único que espero es que dentro de dos días cada uno se sienta libra de hacer lo que quiera: trabajar o no. El derecho a la huelga es tan sagrado como el derecho a no hacerla. Por eso me gustaría que, igual que los malvados empresarios no pueden tomar represalias contra los trabajadores que se quedan en casa, los famosos piquetes informativos se abstuviesen de hostigar a aquellos que, por razones que ellos sabrán, han decidido ir al tajo.
Como me dijo el otro día un taxista: "yo no voy a la huelga. Porque si mi mujer y yo dejamos de trabajar ese día,sencillamente ese mes no llegamos al día treinta". Más claro agua. En ese señor deberían pensar los señores del piquete cuando se paseen por la ciudad como Billy el Niño por el saloon.
Etiquetas: Compras, Creadores a sueldo, huelga general