sábado, 30 de enero de 2010

Punto final

A mi novela juvenil, en la que llevo siete meses trabajando. Trescientas páginas que todavía no tienen título duermen en las tripas de mi ordenador esperando ver la luz en este otoño. Para celebrar el final del trabajo, me hago dos regalos de rebajas: una chauqeta y unos zapatos azules de tacón altísimo. Me repito a mí misma que me lo merezco. Al fin y al cabo, es una especie de prima a la productividad. Alguna ventaja tiene que tener eso de ser tu propio jefe.

No sé por qué este año se me está pasando tan rápido, pero me parece increíble que ya estemos en febrero. Cuando era pequeña estaba convencida de que en época de vacaciones le hacían algo a los relojes para que el tiempo anduviese más deprisa, y estos últimos meses tengo la misma sensación. Hace un momento, mi amiga Joanne me preguntó que qué iba a hcer en verano, y me di cuenta de que tampoco falta tanto para las pr´ximas vaciones. En eso debe consistir el hacerse mayor: en el aumento de la velocidad del tiempo. Por cierto, este año cumplo cuarenta. Me aseguran que entraré en crisis, pero de momento sólo pienso en diferentes celebraciones de esos veinte años con veinte años de los que hablaba Serrat.

Leo "El libro de los otros", un volumen de relatos editado por Zadie Smith, que ha reunido a veintiún fabulosos narradores anglosajones. Está editado por Salamandra y lo recomiendo vivamente.

En los digitales encuentro información sobre las cuitas de amor del desdichado Salinger, a quien, la parecer, el cabronazo de Charles Chapli arrebató una novia de juventud. oona O Neill prefirió al cómico capullo antes que al escritor emergente. No sé si arrepintió. Yo, por si acaso, he vuelto a leer "El guardián entre el centeno", para encontrarlo distinto al libro que leí hace más de veinte años, cuando aún quería parecerme a Holdel Caulfield.

Con el año llegan también las charlas y las visitas a otras ciudades para hablar de literatura. El próximo jueves voy a Jaén. El día8 estaré en Melilla, el 9 en Cádiz, el 10 en Jerez, y la semana siguiente en Zaragoza. Me gusta encontrarme con lectores, así que me apetece mucho el plan. Entre medias, viaje de ida y vuelta a barcelona para la entrega del Premio Biblioteca Breve. El nombre del ganador, celosamente guardado, ya se conoce, pues el jurado se reunió hace tiempo. Me pregunto si será algún conocido y el día 7 habrá algo más que celebrar.

Discuto con Marcial sobre la actuación de la jueza angela Murillo, que puso los puntos a Otegi y a su abogada. Marcial, que es seguramente la persona más recta que conozco, dice que la justicia tiene que ser fría, ajena e impasible incluso con los miserables. Puede que tenga razón, pero yo no he estudiado leyes ni me considero la reina de la ecuanimidad, así que me hago fan en Facebook de la jueza Murillo y escucho un complacida aquello de "Por mi mí, como si bebe vino". Por las formas, el tono y el momento, fue como si mandase a Otegi a tomar por culo.

Sobre la mesa, y a la espera de acabar el libro de relatos, em espera una novela que me llama como un imán: "Función en el colegio", de Orio Vergani, editada por Libros del Silencio y con prólogo de Francisco Rico. En cuanto acabe esta entrada, daré fin a los relatos y empezaré la novela. Bendita suerte la de ser dueña de tu tiempo.

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sábado, 23 de enero de 2010

De manis, de lengua, de huelgas... y de Jean Simmons

Tengo que hablar de la Mani del jueves, aunque no sé si me apetece mucho. Pero me he posicionado de forma tan clara sobre el asunto de la lengua, el decreto y demás, que me siento en la obligación de dedicar unas líneas al asunto.

Dicen que la huelga fue un éxito. Bueno, pues vale. Al parecer, el 50% de los profesores la secundó. Hay otra forma de decirlo: el 50% de los profesores pasó de secundarla. Así que tablas. Empate. Fifty - fifty. Lo que hicieron los alumnos no tiene consecuencias: en mi etapa en el Instituto dejé de ir a clase por tan peregrinas causas disfrazadas de lucha estudiantil, que sé lo que significa participar en una huelga de estudiantes. Cuando en mi instituto se votaba la posibilidad de ir a la huelga yo siempre votaba a favor, pero no porque me importase tres leches el motivo de la huelga, sino porque me gustaba muchísimo uno que se llemaba Javier y que estudiaba en el Instituto de enfrente, y si la huelga iba para adelante nos podríamos ir a pelar la pava a la Plaza de España. Como me imagino que seguirá habiendo adolescentes enamoradas de todos los Javis del mundo, que no venga nadie a decirme que a los estudiante gallegos les preocupa muchísimo el decreto de Feijoo.

En Lugo, un desastres. Quinientas personas mal contadas manifestándose por la calle, y el 65% de los docentes dando el callo. Mis paisanos, como siempre, los más listos.

Lo de Santiago fue distinto, claro. Según los organizadores, ochenta mil personas "berraron a favor do galego". Yo no soy experta en contar multitudes, pero en el Obradoiro no había ochenta mil almas, ni cuarenta mil, ni siquiera veinticinco mil. Había mucha gente, eso sí. Mucha bandera del Bloque, mucho paniaguado del anterior régimen que andan desnortados porque se acabó el trinque, mucho amante legítimo del gallego, mucho despistado, mucho convencido, mucho socialista desesperado por arañar votos de dónde sea, mucho entusiasta y algún exaltado, como los que encapuchados que quemaron la bandera española. Un hecho aislado, no lo dudo. Me fijo en la foto en la que los dos descerebrados dancandela a la enseña patria: me extraña que nadie les recrimine su conducta, y pienso que quien calla otorga. Es una lástima. La manifestación fue multitudinaria, pacífica y legítima. Conductas como esa la ensombrecen, y era deber de los asistentes haber atajado cualquier salida de pata de banco.

Otra cosa es que la Mani valga pàra algo. Tengo la impesión de que el presidente Feijoo - que se ha equivocado con este decreto - tiene más conchas que un galápago, una paciencia mineral y una capacidad de aguante a pueba de bomba. Me da la impresión de que de pequeñito era un maestro en eso de contestar a los otros niños "Grita, cartucho, que no te escucho". Si es listo - que lo es: más de lo que yo creía - hará oídos sordos a los berridos y pondrá cara de póquer. Hay cosas más importantes que el dichoso decreto, y a esas debe dedicarse en cuerpo y alma. Galicia es bilingüe y, teniendo durante tres años a los nacionalistas en el dique seco, la cosa volverá por sus fueros. Cada uno hablará como le dé la gana, y a otra cosa.Lo que tenía que hacer Feijoo ya lo hizo: cerrar el grifo. Cortar el suministro de las generosas subvenciones, los viajes pagados y las ayudas a los castellanófobos. Hecho esto, que chillen cuanto quieran, que convoquen manis y que faciliten las cosas para que los estudiantes tengan más días de asueto. ¡Para lo que les va a servir!

Ha muerto Jean Simmons. Su desaparición va haciendo más y más grande el vacío en el firmamento de la edad dorada del celuloide. Ya se han ido casi todos aquellos que hicieron de Hollywood un lugar de leyenda, la tierra prometida de los que soñaban con triunfar desde le nitrato de plata. Cada año, cuando en la ceremonia de los Óscar emiten esa pieza bellísima dedicada a los que no están, siento en la piel el pellizco de la melancolía, y en el corazón la certeza de que algún día no lejano dejarán de estar todos aquellos que formaron la galaxia fastuoso de un Hollywood que ya no existe. Que Melaie Griffith cuide a su madre, Tippi Hedren, que Michael Douglas y Katherine Zeta Jones mimen al patriarca Kirk, que Robert Redford cuide su salud y su privilegiado esqueleto, que la familia de Lauren Bacall le impida salir de casa con los fríos de febrero. El día que falten ellos habrá que poner el doloroso punto final a la mejor historia de la fábrica de sueños.

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domingo, 17 de enero de 2010

PARA AYUDAR

A los seguidores de esta bitácora: para ayudar a los haitianos, envía CR al 5280 si tienes un móvil vodafone. El importe de la llamada (1,04 euros) irá directamente a Cruz Roja. Si usas Movistar, manda la palabra AYUDA al 28000, y el coste (1,20) se destinará también a las víctimas del terremoto.

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jueves, 14 de enero de 2010

Hatianos

Creo que se llamaba Thomas, pero no puedo asegurarlo, porque el recuerdo de su nombre se pierde sin remedio entre el recuerdo de tantos y tantos nombres que aprendía aquellos meses: el de Joyce, la chica filipina; el de Dominique, que procedía de las Islas Mauricio; el de Tomislav, el croata, y Anne, que venía de Estonia; Demous, Philippe, Pedro... eran los nombres de aquellas personas que se cruzaron en mi camino durante el Michaelmass Term, en la muy noble universidad de Oxford, en la que floté durante doce semanas felices con la conciencia de no merecer el lugar que el destino me había reservado allí.

Digamos que se llamaba Thomas, aunque quizá no se llamaba así. Hablaba un inglés depurado y elegante - aprendido de forma meteórica para optar a una beca en la escuela Diplomática - con un delicioso acento francés: el inglés es el único idioma que suena mejor cuando no se habla bien. También quería aprender español, y por eso conocí a Thomas: mi casera en Oxford era profesora de idiomas en la Escuela de Relaciones Internacionales, y de vez en cuando recogía en su casa, para un té de sábado o unalmuerzo dominguero, a alguno de aquellos huérfanos a medis, alumnos procedentes de países en vías de desarrollo que no podían permitirse volver a casa en todo un año, y pasaban en la residencia universitaria no ya los fines de semana sino incluso los períodos vacacionales más largos. La mayor parte de aquellos chicos ni siquiera podían permitirse telefonear a los suyos, pues el peso de la libra se hacía insoportable para sus debilitadas monedas nacionales, y por eso la aventura europea se limitaba a hacer tres comidas en los dudosos comedores del Colegio y, muy de vez en cuando, media pinta de cerveza en el Eagle and Child, quizá con la esperanza de descubrir al espíritu de Tolkien buscando ráfagas de calor junto a la chimenea.

Thomas vino a nuestra casa un par de veces, y allí le conocí. Era haitiano. Tenía la piel oscurísima y unos ojos de ámbar que parecían aún más claros en contraste con el color zahíno de su rostro. Thomas tenía una preciosa voz de barítono, y su altura excesiva hacía más chocante la elegancia eterna de sus movimientos: andaba con una soltura sobrenatural, y bailaba con la misma pericia de los estudiantes vieneses, que sabían valsear admirablemente.

Hablé varias veces con Thomas, porque me gustaba escuchar su voz misteriosa y su risa solar, y porque era paciente a la hora de explicar los secretos de los pasos de baile. Procedente de una familia humilde, sus buenas calificaciones en la universidad le habían llevado por el camino de los estudios diplomáticos, y aspiraba a convertirse en embajador de su patria. No se engañaba frente a ella: fue Thomas quien me habló de la corrupción endémica del país, de la estulticia de buena parte de la polación,de la dejadez, del fatalismo que alentaba,en un desesperado círculo vicioso, todos los males de la media isla. Me describió también de los paisajes incríbles de la franja de tierra, del color de las arenas, de algunos edificios singulares de la capital. Thomas me hablaba de Port au Prince, y yo recordaba, como en un sueño, los capítulos de "El siglo de las luces", y me mordía la lengua para no pedirle a Thomas que pronunciase, una y mil veces, el nombre hermosísimo de su ciudad natal, Port au Prince, Port au Prince, Port au Prince.

No volvía a ver a Thomas, como tampoco a buena parte de las personas que conocí en Oxford. Algunas volvieron a su tierra. Otras andan desperdigadas por el mundo, y supongo que recuerdan, como yo, la luz indefinible del otoño inglés, el verde jugoso de los prados en los Cottswolds, la niebla de noviembre envolviendo los edificios y las iglesias. Hoy, mientras veía en el informativo las imágenes terribles del terremoto de Haití, el recuerdo de Thomas se volvió más vivo y más real que nunca, y escuché otra vez su voz metálica y cavernosa y el acento francés que luchaba por ocultarse en la selva de la gramática aprendida a uña de caballo. Vi su figura desmañanda trenzando pasos de baile, sus ojos amarillos, su piel de ébano, y deseé con todas mis fuerzas que Thomas,que quizá no se llamaba Thomas, hubiese podido cumplir su sueño, y que el destino que golpeó su isla le haya permitido estar lejos de ella en el momento indeseable del desastre.

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viernes, 8 de enero de 2010

Después de la nieve

Ayer nevó durante todo el día. Ahora soy capaz de ver el incordio que supone la nieve - rebalones, cortes de tráfico, retrasos en los autobuses, incomodidades varias- pero cuando erauna niña sólo veía en la nieve la belleza pura que traía de la mano. Recuerdo esperar una nevado aplastando la nariz contra el cristal helado de la ventana de mi habitación. Recuerdo la alegría que traía cada nevada que llegaba por sorpresa, abrir la persiana y descubrir una manta blanca cubriendo el jardín - el sauce llorón cubierto de nieve, los bancos de piedra ocultos bajo una prístina capa de hielo - y alertar a gritos a mis hermanos, "nevó, nevó!!", decía yo, mientras sacaba del armario las botas de goma, los pantalones impermeables, los guantes más gruesos.

Recuerdo que la primera noche que pasamos en nuestra casa - la primera casa que mis padres compraban después de varios años viviendo de alquiler en una buhardilla de la calle General Franco - cayó una nevada fabulosa que descubrimos al día siguiente, al despertarnos para ir al colegio. No necesito ni cerrar los ojos para que vuelva a aparecer ante mí el espectáculo de los copos de nieve derramándose sobre el mundo ya cubierta de blanco, en aquel barrio tan nuevo, donde las calles estaban aún sin asfaltar y las casas - o al menos nuestra casa - olían a pintura nueva y al barniz con el que habían lacado los suelos y las puertas. Creo que entendí aquella nevada como el preludio de una nueva vida para mis padres, para mis hermanos, para mí.

Creo que lo he contado más veces: también aquella mañana del 8 de enero, hace ahora treinta y tres años, fue la del descubrimiento de la verdadera lectura:después de tanto tiempo leyendo cuentos infantiles, mi padre me había regalado el primer volumen de las aventuras de Guillermo, de Richmal Crompton. Me pasé la mañana sin clase- porque habían suspendido las actividades escolares por culpa del tiempo - leyendo en la cama y, de vez en cuando, levantando la cabeza para comprobar que seguía nevando, porque a los seis años no hay nada de malo en desear con todas las fuerzas que el mundo desaparezca bajo la nieve, que el escenario de la vida se convierta en una sucursal del polo norte.

Hoy hace 33 años de aquel 8 de enero de 1977, y aquel mundo ya no existe. Ya no está mi madre, que aquella mañana abrió la persiana de la habitación con la sonrisa del que sabe que se reserva una sorpresa fabulosa, ni mi abuela Blanca, que aquella tarde desafió la nieve y el viento para venir a vernos en nuestra nueva casa. Desde la ventana de aquel piso yano se ve el campo nilos árboles frutales, sino otras calles y otros edificios de cemento. Mi colegio ya no se llama igual, y los niños que aquellos días nos peleábamos con munición de bolas de nieve nos hemos convertido en adultos que ya ven en las nevadas un arsenal de inconvenientes.

Ayer, mientras veía caer una nevada majestuosa desde la ventana de mi casa, me forcé a olvidar los problemas que trae la nieve, e intenté verla con los ojos de aquella niña que fui hace ahora demasiado tiempo, mientras me decía que, a pesar de todas las cosas que he perdido, me queda de aquella mañana un recuerdo eterno... y el ejemplar de aquel libro de Richmal Crompton que me regaló mi padre.

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viernes, 1 de enero de 2010

Feliz Año 2010

En primer lugar, mis mejores deseos para todos los que os pasáis por esta bitácora. Espero que 2010 os sea fructífero.
Luego, las disculpas: he estado ausente de esta página durante muchos más días de lo habitual. No ha ocurrido nada, salvo los habituales vaivenes prenavideños. Ya de vuelta, prometo no volver a desconectarme durante períodos tan largos.

Paso estos días en Lugo. Nunca he estado ausente de mi ciudad durante las Navidades. y creo, además, que es el mejor lugar para pasar estas fiestas. Lugo es una ciudad que se presta bien como telón de fondo para un paisaje navideño.

Este año, por cierto, se conmemora el ´decimo aniversario de la proclamación de la muralla romana como patrimonio de la Humanidad. El Ayuntamiento tiene intención de echar el resto para que nuestro monumento más emblemático no sea un perfecto desconocido para demasiada gente. Hablo con el alcalde Orozco para ofrecerle mi colaboración con cualquier tipo de acto promocional que quieran poner en marcha.

Asisto también a la presentación del docudrama "Araceli: unha galega contra Hitler", producido por Lugopress, y que cuenta la historia de una mujer lucense que jugó un papel esencial como esposa del espía Garbo durante la segunda Guerra Mundial. L televisión de Galicia estrenará la pieza dentro de un par de semanas Por cierto, si alguien quiere ver el trailer, puede hacerlo a través de la web de "El Progreso": www.elprogreso.es

No escribo nada, pero leo mucho: termino "Juventud americana" de Lamarche y "El Camino", de Jack London, leo "La esencia del Sake", y me sumerjo - con retraso - en la demoledora "La carretera", de Cormack McCarthy. Me sobrecoge la forma de contar lo que es ni más ni menos que una intensa historia de amor en un escenario apocalíptico. Inmenso libro que lamento haber aparcado durante tanto tiempo. Hoy he empezado con Paul Auster: sesenta estupendas páginas de una novela con muy buena pinta. Como parte de la tradición navideña, releo algunas de las aventuras de Guillermo Brown, mi personaje favorito de las lecturas infantiles. El niño inglés con sus tres fieles amigos me sigue pareciendo el mejor ejemplo de buena literatura para los más pequeños.

Como con Jorge Vivero y hablamos de libros, de escritores y de escribir. Jorge se marcha mañana a Perú, y recuerdo con él mi viaje a tierras incas el año pasado.
Con él charlo también sobre la sorprendente aparición en la navidad gallega del personaje del Apalpador, un anciano que se supone que vive en las montañas y viene a la ciudad para tocar las barrigas de los niños y comprobar que están llenas. Ni Jorge ni yo auguramos mucho éxito al personaje: no se puede improvisar la tradición.
Me visitan en casa Pablo y Mari Cruz, como con María y festejamos treinta y cuatro años de amistad duradera, todo un record. Me voy de vinos con Sonia, y otro día con Montse. El reencuentro con los viejos amigos es de las mejores cosas de estas fiestas. El tiempo no acompaña: llueve, nevisquea, hace un frío cortante y sopla un viento de norte que revuelve las nubes y sólo trae lluvia.

Veo por la televisión la apertura de la Puerta Santa, y me pregunto cómo resultará el Xacobeo de la crisis. Atrás quedan otros Xacobeos de despilfarro, de gestión más bien mediocre de mano de un señor que se creía que Carmina Burana era una famosa cantante. Quiero creer que el gabinete de Feijoó es otra cosa, que van de otro palo. Su decreto del gallego, hecho público en mitad de las vacaciones escolares, ha tenido la virtud de cabrear a unos y a otros. Ya sé que se me echarán a la yugular, pero quizá ese sea un indicio de que está bien hecho. Recuerdo una frase maravillosa que escuché una vez de boca de un político sudamericano, que decía que su constitución "no está hecha para un país de hombres, sino de ángeles". Creo que la afirmación puede aplicarse también al decreto de Feijoó con el que pretende parchear cuatro años de cafradas y abusos del bipartito. Que Santo Apostol le ayude, porque me temo que lo va a necesitar. Entretanto, yo encuentro mi particular solaz en algunas pataletas.

Ayer pasamos un nochevieja tranquila, en familia, con un menú tradicional - entremeses sencillos y pollo asado - copas de buen vino y charla hasta las tantas. Debo estar haciéndome vieja, porque la posiblidad de salir de casa para participar en una juerga de fin de año no me seduce para nada. Hoy el día se nos desliza lento y perezoso, entre picoteos de turrón y organización de las sobras de comida. La casa huele a leña y hay trozos de serpentinas por todas partes. Cuando era pequeña, esos vestigios de una noche feliz - los restos del confetti, los matasuegras estropeados - provocaban en mi lo que ahora sé que era melancolía. Durante mi infancia, las noches de fin deaño eran únicas e irrepetibles, noches que se recordaban durante todo el año, con la casa llena de gente y los tragos de champán bebidos a escondidas de los padres. Ahora reconozco que lo único que me provocan los papeluchos diseminados por la casa es un cansancio anticipado ante la perspectiva de recogerlos.

Me preguntan por mis propósitos de año nuevo. ¿Cuáles son? Ni siquiera estoy segura de tenerlos. Comienza un año incierto en muchos sentidos, con demasiadas cosas en el aire... incluso la posibilidad de cobrar o no algunos trabajos ya realizados. Pienso en las personas de mi entorno que no tienen empleo. Pienso en los muchos subsidios que se terminarán este año. En las hipotecas que no se conceden. En un puñado de situaciones desesperadas que conozco. ¿Propósitos para el 2010? Resistir. Y ya es bastante.

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