sábado, 20 de diciembre de 2008

La vida prodigiosa

Aquí, lo prometido, este cuento titulado "La vida prodigiosa de Martín Salazar", original e inédito. La única petición para los que decidáis descargarlo es que hagáis un donativo a alguna organización de ayuda. Queda a vuestro criterio el importe y el destinatario final de la ayuda. Pensad hasta dónde podéis llegar, y fijáos ese límite.

También os pido que en cuanto leáis este mensaje, trasladéis el enlace ( http://blogdemartariveradelacruz.blogspot.com/2008/12/la-vida-prodigiosa.html ) a cuanta más gente mejor, para que sean muchos los que participen de este pequeño proyecto.

Lectura del cuento (pdf): La vida prodigiosa de Martín Salazar

Enlaces a algunas organizaciones de ayuda donde podéis hacer el donativo:
Cáritas Española: http://www.caritas.es
Fundación Intervida: http://www.intervida.org/
Intermon Oxfam: http://www.intermonoxfam.org/
Manos Unidas: http://www.manosunidas.org/
Ayuda en Acción: http://www.ayudaenaccion.org/
Unicef: http://www.unicef.es/
Programa Mundial de Alimentos: http://www.wfp.org/spanish/

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miércoles, 17 de diciembre de 2008

A punto

Bueno, pues en cuanto Tito haga el oportuno truco de magia, el cuento subirá al post y podrá leerlo todo el que quiera. Es un relato inédito y, hasta la fecha, sólo lo han leído dos o tres personas.

En cuanto a la aportación que os pido a cambio de esta lectura, que cada uno se organice como mejor le parezca y de acuerdo con sus posibilidades. Es muy probable que desde la página del Hotel Kafka se articule la forma de hacer una aportación automática. Quien quiera usar ese método, adelante. Quizá otros prefieran hacer una compra de supermercado y dejarla en el Banco de Alimentos o en un centro de Cáritas, o hacer una donación a una ong, o comprar un par de juguetes para el hijo de su asistenta que este año no está para ocuparse de los Reyes, o quedarse con media docena de números de La Farola... en fin, que hay muchos modos de echar una mano y todas son buenas.

Gracias a todos. Y, como os dije el otro día, os pido que paséis este post a toda vuestra gente, por aquello de que - como decía mi abuela- "un grano no hace granero, pero ayuda al compañero".

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lunes, 15 de diciembre de 2008

¿Hacemos un trato?

Hace unos días, viajando en un coche en Lima, el conductor que me habían asignado me soltó una verdad terrible: la Navidad es para mí la peor época del año, me dijo, y añadió que en estas fechas veía pasar a gente con regalos, a los compradores entrando y saliendo de los supermercados, y recordaba a cada rato que no podía permitirse comprar juguetes a sus nietas.

Hoy, una amiga me contó que la mujer que trabaja en su casa le había pedido un adelanto de cien euros para pasar las navidades. Tiene hijos pequeños y pocos recursos, y los mismos deseos de celebrar estas fiestas que vosotros y que yo. Pienso en esa señora echando cuentas y más cuentas para comprar un regalo, o para hacer una cena especial la noche del 24, y me doy cuenta de que el mundo es, para algunas personas, un lugar horriblemente hostil en cualquier época del año. En Pascua, la sensación de hostilidad debe multiplicarse hasta el infinito.

Estas van a ser unas fiestas difíciles para todos, pero terribles para mucha gente. Los comedores sociales han visto triplicada su demanda. Las organizaciones de ayuda a los idnigentes están desbordadas con las peticiones de nuevos pobres: trabajadores, casi todos inmigrantes, que de la noche a la mañana se han quedado sin nada. Que ni siquiera tienen para comer. Que dependen de eso tan politicamente incorrecto que es la caridad para salir adelante.

Es cierto que todas las economías pasan por horas bajas. Pero algunas situaciones son mucho más desesperadas que otras. Y todos los que somos tuertos en el país de los ciegos debemos buscar la formas de echar un cable a aquellos que necesitan de nuestra ayuda. Por eso voy a proponeros un trato: hacia el final de esta semana, intriduciré en este blog un enlace para un archivo que contendrá un cuento mío, original e inédito. Y os pido a vosotros, que seguís esta bitácora, que hagais un donativo a una organización de ayuda si decidís descargarlo y leerlo. Dejo a vuestro criterio el importe y el destinatario final de la ayuda: hay mucha gente que la necesita y cualquier cantidad es bienvenida. Sólo os pido que penséis hasta dónde podéis llegar, y os fijeis ese límite. También os pediría que el día que aparezca el cuento, trasladéis el enlace a cuanta más gente mejor, para que sean muchos los que participen de este pequeño proyecto.


Esta bitácora es para mí mucho mas que un forma de expresión: es, creo, una comunidad de amigos. ¿No os parece que ya va siendo hora de que hagamos algo juntos? ¿Estáis dispuestos a embarcaros en esta modesta aventura?

Os espero a finales de semana.

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jueves, 11 de diciembre de 2008

De fotos

La maravillosa Concha Casajús, autora del retrato que ilustra este blog, viene a casa a hacerme fotos para el nuevo libro. Yo odio las fotos. Desde pequeñita. Cuando mi padre nos perseguía a mis hermanos y a mí con su camara, en las Navidades o en las vacaciones de verano, yo siempre ponía pies en polvorosa. Él se cabreaba un montón cuando le boicoteaba el documento gráfico de lostres hijos, pero era superior a mis fuerzas. Me aburría, me cansaba, me molestaba el sol en los ojos, y además no sabía estarme quieta. Y ahora es peor.

Para acabar de arreglarlo, justo cuando llega Concha estoy discutiendo con los del Ayuntamiento de Llanes, en Asturias, que me deben seiscientos euros desde hace ocho meses y no me pagan, no sé si porque no pueden o porque no les da la gana. Así que me amiga fotógrafa me encuentra enfadada, fastidiada, de un humor pésimo y con ganas de dar una colleja al concejal de cultura del Ayuntamiento de marras, que debe encontrar un placer morboso en putearme, o esa es la impresión que da.

Por fortuna, Concha tiene una paciencia franciscana. Me habla, me distrae, me da la razón... y después de cincuenta fotos en las que se ve que me estoy subiendo por las paredes, me sugiere poner música. John Lennon en concreto. Y entre él y Concha se obra el milagro y aparecen dos o tres fotos preciosas, una de las cuales irá a parar a la contra del libro.

"La importancia de las cosas" sale - si no ocurre nada que lo impida - el 17 de marzo. Está entregado, así que ya poco puedo hacer por la historia que ha sido sólo mía durante más de un año. Ya he visto la portada, y el texto de contra... y he visto la foto por obra y gracia del genio de Concha y la música de Lennon.

Mañana he quedado con Martín para desayunar, después de quince días sin vernos para nuestro encuentro de los jueves. Nos falta Rafael Reig, que está en La Habana con Violeta y con Edu Vilas y no vuelve hasta la semana que viene. Y ahora empiezan las comidas y las cenas de Navidad. Ayer tuve una copa en el Zayas y me tomé el primer pedazo de turrón - del duro, riquísimo - . El domingo cenamos todos los del equipo del programa de Radio Nacional, el martes nos reunimos los "friends" - una tradición que tiene ya diez años - y el sábado habrá reunión en casa. Por el medio supongo que surgirán dos o tres citas más, pero, si soy sincera, a mi me gustan estos encuentros. Ya sé que son tópicos y todo eso, pero veo a gente que me cae bien, el ambiente prevacacional es siempre bueno, casi todo el mundo está contento...

Y por cierto, hemos puesto el árbol de Navidad. Marcial dice que ha quedado muy cursi, porque está lleno de figuritas de madera y adornos nórdicos, pero a mí me parece que está precioso. Recuerdo cuando era pequeña y mis hermanos y yo revoloteábamos alrededor de mi madre, que era la encargada de decorar el abeto - mi padre se ocupaba de la iluminación - esperando que nos dejase colocar una bola o una tira de espumillón. Entonces no había tiras de corazones de tela, copos de nieve de fieltro rojo o diminutos trineos como los que puse en mi árbol esta Navidad. Aquello árboles tiernamente decorados con bolas de todos los colores y espumillón plateado ahora resultarían inverosímiles... y supongo que feos. Ahora miro mi árbol, que es elegante, sofisticado y - diga lo que diga Marcial - resulta precioso, y añoro aquel abeto de mi infancia, coronado por una especie de pirulí dorado y quebradizo que había que renovar cada dos o tres años porque siempre acababa estrellándose contra el suelo. Nuestro árbol estaba cuajado de bombillas chirriantes y cubierto de brillantes tiras de espumillón. Ahora el espumillón me parece horrible, pero entonces me encantaba pasar horas desenredando aquellas cadenetas plateadas que se enganchaban las unas a las otras.

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viernes, 5 de diciembre de 2008

Envidiando a Mrs. Wharton

Cada vez que vuelvo de un viaje recuerdo a Edith Wharton. Y la envidio por algo más que por todas las novelas que dejó escritas. Porque Edith Wharton viajaba mucho, pero ella era rica, y cada vez que regresaba de una excursión la esperaba un ejército de criados para deshacer maletas, lavar la ropa sucia, planchar y ocuparse de otros asuntos de intendencia. Yo no soy Edith Wharton, y por eso llevo veinticuatro horas en zafarrancho de combate. Marcial dice que en vez de volver de viaje parece que volvemos de la guerra.

Al llegar, descubro que el sistema sí ha guardado el borrador que escribí en Perú, así que, si te interesa, lo he subido justo antes que este.

Lo hemos pasado mejor que bien. Lima es una ciudad muy especial, muy desordenada, ruidosa y de tráfico desmadrado, pero a pesar de que no es bonita, algunos sitios si lo son. Y mucho. El convento de San Francisco es un lugar suspendido en el tiempo, con un claustro silencioso con aire de selva y una biblioteca llena de tesoros donde cualquiera a quien interesen los libros querría quedarse encerrado. La catedral guarda sorpresas: desde el sobrio sepulcro de Francisco Pizarro al ruido particular que hacen sus columnas cuando se las golpea: nuestro guía nos explica que, para poner la basílica a salvo de terremotos, se construyeron de madera. La Plaza de Armas es una verdadera belleza, lo mismo que la más discreta Plaza San Martín. Allí se encuentra el Hotel Bolívar que, construído para alojar a Jefes de Estado y turistas de postín, ha ido quedando relegado a un lugar más modesto, pues los prohombres en visita oficial a la capital del Perú prefieren alojarse en los nuevos hoteles de lujo en San Isidro o Miraflores, más cómodos para trasladarse que el caótico centro histórico.



En el Bolívar tomé un café espantoso y un pisco sour excelente - dicen que el mejor de toda la ciudad - y paseé sin guía ni ruido por inmensos salones clausurados que evocan el esplendor de otra época, cuando en el Hotel se celebraban puestas de largo y cenas de gala. Como recuerdo de esa época dorada quedan las columnas de mármo, los techos de diez metros, el parquet aún brillante como si fuese inmune al abandono, las arañas de cristal y un puñado de camareros que parecen venidos de otro siglo para recordar que hubo un tiempo mejor para el hotel y para el centro de Lima.





Si la ciudad me gustó, el verdadero regalo de este viaje fue la gente espléndida que conocí en Lima. Empezando por mis alumnos del taller, que hablaban el español puro y rico que en España se está perdiendo, y utilizan una sintaxis envidiable´que da aún más lustre al dulce acento limeño. Trabajamos durante seis horas, me hacen preguntas inteligentes, toman notas y se despiden de mí con la ceremonia cortés que en otros tiempos se reservaba a los profesores. Eran buenos chicos, algunos con verdadero talento para la escritura. Espero que sigan adelante.



Luego, la gente del Centro Cultural: Ricardo Ramón, su director, que va por los pasillos cargado de un entusiasmo contagioso; el diabólicamente eficaz Carlos Lomparte, que hizo un milagro para conseguirme billetes a Cuzco a un tercio del precio que me pedían en España; la dulce Miriam, que tenía una risa musical y fácil; Yolanda Prada, que me prestó su propio ordenador cuando Marcial se vio en un apuro de trabajo... gente espléndida, trabajadora, buena, inusualmente alegre. El día de mi conferencia en el Centro, Ricardo organizó una cena en un restaurante increíble... en una ciudad de increíbles restaurantes, así que imaginad. La carta de "Rafael" era de una espectacularidad mareante. Nos reunimos allí Ricardo, Marcial, José Ovejero - que participaba también en la Semana de Autor - Marisa y Quique Planas, mi presentador, escritor peruano y uno de los más respetados periodistas culturales de la ciudad. Fue un encuentro divertidísimo, donde sólo las excelencias de la cocina nos distraían un poco de la conversación. Hablamos de muchas cosas y nos reímos muchísimo. Una noche redonda.

La cocina peruana ha sido otro de los grandes hallazgos. Sé que volveré al país para regresar a los ceviches, a los tiraditos de lenguado, a los anticuchos de corazón de res, a pescados que no había probado nunca, a los tequeños, a las causas (patatas rellenas de cangrejo o pollo y aguacate), al rocoto - un pimiento rojo y picante que se sirve relleno y te quema la boca - a la increíble oferta de platos tradicionales fusionados con la gastronomía oriental. En el club nacional me sirvieron las zamburiñas más ricas que he probado en mi vida, y he descubierto las milanesas de pargo y de gambas. Para alguien como yo, que incluso comiendo habla de comida, Lima es la tierra prometida, el paraíso soñado, la boca permanentemente hecha agua.



Para la última noche, Carlos Lomparte me recomendó un restaurante en San Isidro, el José Antonio: cocina peruana pura, sin los toques de fusión de otros locales. Salimos mareados de salteado de lomo y pisco sour. Antes de regesar a casa tomamos una copa en el casino del hotel Marriott, donde centenares de chinos se entregaban a furiosos mano a mano con las tragaperras, o jugaban pequeñas fortunas en la mesa de la ruleta. Marcial y yo perdimos veinte dólares apostando tozudamente a cuatro números elegidos al principio, una técnica que otras veces me ha dado buenos resultados. Pero supongo que no conviene tentar la suerte: quizá ya he tenido bastante con esta soberbia estancia en Lima, de la que he vuelto cargada de buenos recuerdos y de imágenes que se me harán eternas.

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lunes, 1 de diciembre de 2008

Desde Lima, con amor

Cuando me fui, no sabía si tendría ocasión de escribir desde Lima: no contaba entonces con la amabilidad extrema del personal del centro cultural de España en Lima - que gestiona el eficaz Ricardo Ramón - ni la gentileza de Yolanda Prada, que me deja su propio ordenador para escribiros esta pequeña crónica de viaje.

He visto Lima pero aún no he visto Lima: mis exploraciones, hasta ahora, se han reducido a los barrios de Miraflores y San Isidro, y a los restaurantes sublimes de esta capital. Como escribi a mi hermana, sólo la cocina peruana ya justifica las doce horas de vuelo - infames - en un avión de Iberia cargado con las azafatas más maleducadas e irritables con las que me he cruzado. Parecía que habían hecho un casting de mujeres mal encaradas, poco profesionales y descontentas con su trabajo. Tuve, además, la desgradable sensación de que extremaban su malhumor con los pasajeros peruanos, lo cual acabó por ponerme definitivamente de mala leche. Cuando me di cuenta de que la zona de business iba completamente vacía, y que una pareja de ancianos iba desmadejada en los ridículos asientos de turista, hablé con una de aquellas maestras del mal rollo para preguntar si no era posible pasar a aquellos viejitos a la clase preferente. Me miró como si estuviera loca. "Esos asientos son para quien los paga", me dijo, y yo le contesté entonces que he viajado en preferente media docena de veces y que nunca en la vida había pagado esos asientos. "Mire - zanjó - eso no es cosa mía. Pero el que ha pagado por un buen asiento no quiere ver a... a gente que no ha pagado"- Recibido. Así que empiezo a pensar que a la hora de cubrir un asiento preferente, Iberia selecciona a quien le parece más o menos presentable. Yo he dado el pego, pero dos ancianitos limeños no lo dan.

Ya en tierra, uno descubre con agrado que los peruanos son las personas más amables y corteses que ha conocido nunca. El acento limeño es dulce y se pega al oído como una mezcla de azúcares. Me instalan en el hotel Antigua, en el barrio de Miraflores: es una antigua casona colonial con patio ajardinado y balcones de piedra. Las habitaciones son cómodas y grandes, y el personal tiene todos un repertorio de sonrisas que hace que cualquiera sienta esta mansión miraflorina como la sucursal de su hogar en Lima.

El jueves, cena fabulosa con Alfonso tena, un diplomático español amigo de Santiago Tamarón, y su mujer, Miranda. Hablamos de libros, de españa... y de comida. Porque la cena en el restaurante que han elegido supone para mí otro descubrimiento del nuevo mundo a través de sabores que no sabía que existían.

Digo que apenas he visto Lima porque desde el viernes y hasta ayer estuvimos en Cuzco. La ciudad colonial es un prodigio auténtico. La catedral, una joya mestiza donde los elementos de la cultura incaica se incorporaron sabiamente al aparato de la religión católica: en la sillería del coro, los asientos han sido rematados por ángeles de grandes pechos que representan a la Pacha Mama, la madre tierra. Las imágenes - esculpidas por artesanos locales que no son, desde luego, los maestros españoles - están rodeadas de espejos. Hay cientos de ellos, y nuestra guía me explica el por qué: los incas creían que había algo mágico en el reflejo de su propia imagen, y era más fácil fijar su atención en las imágenes si estaban rodeadas de azogue. Me imagino la catedral hace casi quinientos años, sin más luces que la llama vacilante de miles de cirios encendidos, y esos espejos devolviendo su imagen a cientos de indios confundidos, asombrados, rendidos ante la magnificencia de la orfebrería, la madera tallada, ante el olor a incienso y, quizá, la música sagrada en un coro de monjes. No hay más que decir.

En Machu Picchu, recuerdo aquello de que el viaje es tan importante como el destino. Subiendo en tren al pueblo de aguas calientes, atravesamos sierra, bosque, bordeamos torrentes, descubrimos la selva, con flores nunca vistas y árboles eternos que no hubiésemos adivinado. Luego, ya en las ruinas, no me fascinan tanto las piedras de los incas como el enclave: esas montañas imposibles, enteramente cubiertas de vegetación, aisladas del mundo... Germán, nuestro guía, es un indio auténtido que culpa a los conquistadores de todos los males, y describe a los incas como genios de la ciencia y la técnica, como garantes de la sabiduría y el conocimiento cuyo caudal fue detenido en seco por la Santa Inquisición. Ante la mirada severa de Marcial, me muerdo la lengua para no decir a ese hombre entusiasmado y bueno que nos habla de su raza que cuando los incas levantaban simples muros de piedra, la Alhambra llevaba siglos rematada. Germán quiere hablar de palacios que ya no existen, de teorías inverosímiles que arrojen alguna luz sobre el misterio de Machu Picchu, pero a mí se me van los ojos a esas montañas, algunas de las cuales están atravesadas por nubes, otras doradas por un sol que se oculta y se muestra como en un juego. Es mágico, en cualquier caso.

Hoy, el casco histórico de Lima, conferencia en el Centro Cultural y cena con amigos limeños. Está siendo un viaje intenso, feliz y lleno de cosas que incorporar a la mejor zona del recuerdo

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